En Asunción del Paraguay

Nuestro viaje entró en su segundo país, el Paraguay. Atravesamos algo más de 300 kilómetros para llegar a Asunción desde la capital de la provincia del Chaco, Resistencia. País signado por la tragedia, estuvo cerca del exterminio como sociedad y como nación en la criminal Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), de la que nuestro país tomó parte, a partir de la cual derivó entre el aislamiento y la indiferencia del resto del continente. Otra sangrienta guerra, esta vez por intereses petroleros de las potencias del momento, la enfrentó en la década del 30 con otra nación sufriente de Sudamérica, Bolivia. Padeció también la dictadura militar más larga de la región, la de Alfredo Stroessner, durante la cual se consolidó como país desgraciado. Actualmente, es uno de los socios pobres del Mercosur, atrapado como antaño entre las disputas y los acuerdos de sus grandes vecinos, el Brasil y la Argentina.
No es mucho lo que sabemos del Paraguay, pero encontramos un país distinto al del imaginario de Buenos Aires y gran parte de la Argentina (incluyendo sus provincias limítrofes, que acabamos de atravesar), agradable e intenso.

Pero para llegar al Paraguay tuvimos que transitar por las últimas etapas en la Argentina, a través de las provincias de Chaco y Formosa. En Resistencia nos encontramos con una capital más caótica que su vecina Corrientes, con huellas más expuestas de la degradación social de los últimos años. Allí nos esperaba un ciclista amigo de Eduardo, a quien habíamos conocido en Corrientes. Robinson y su compañera Petty nos recibieron en la plaza central de la ciudad y guiaron por el tránsito complejo del centro hasta el lugar que generosamente nos brindaron para pasar la noche. A la mañana siguiente, nos acompañaron con sus bicicletas hasta la salida de la capital chaqueña.

Seguimos por la ruta nacional 11 hacia la ciudad de Formosa, una carretera angosta y sin banquinas, como la que nos llevó hasta Corrientes, pero con menos tránsito. Algunos camiones, argentinos y paraguayos, y pocos autos y camionetas alteraban la paz de nuestro avance. No encontramos casi poblados en el trayecto, salvo algunos en los alrededores de Resistencia, como Margarita Belén. Unos 10 kilómetros al norte de esta localidad pasamos por monumento a los caídos en la llamada “masacre de Margarita Belén”, en la cual veintidós militantes fueron asesinados a mansalva por los genocidas de la última dictadura. La obra conmemorativa, con las estatuas de las víctimas en el momento de ser acribilladas por los criminales, impresiona. Más aun impresiona el hecho de que el monumento fue objeto de un atentado en 2000, no por manos anónimas como suele suceder, sino por miembros del Ejército Argentino al regreso de un acto en Formosa. Y cabe recordar que el ministro de Defensa de ese momento, durante el gobierno de la Alianza, era el actual candidato presidencial López Murphy.

Durante estos kilómetros de esteros, pasamos a poca distancia de lo que fue el mayor escenario de combates de la Guerra del Paraguay, para nosotros, de la Triple Alianza, para todos, o Guerra Grande, para los paraguayos. Terrenos inhóspitos, plagados de pantanos y frondosa vegetación, donde los ejércitos enfrentados se desangraron durante casi tres años hasta agotar la capacidad bélica de los paraguayos y poder superar sus formidables defensas en Curupaytí y Humaitá. Guerra criminal, impulsada por Inglaterra, que acabó con los sueños de independencia y soberanía de un Paraguay inimaginable retrospectivamente desde su presente y que culminó en un verdadero genocidio. Pensar que esos campos de muerte estaban a algunas decenas de kilómetros le daba un carácter diferente al tránsito por la zona.

Ese día hicimos poco más de 100 kilómetros por un paisaje pleno de palmeras y esteros, con abundante fauna y ganado de clima subtropical, como los primeros cebúes que pudimos ver en este camino, hasta llegar al río Bermejo, límite con la provincia de Formosa. Pasamos el puente y llegamos al pueblo de Gobernador L.V. Mansilla, de algunas manzanas alrededor de una calle principal de no más de tres cuadras. Encontramos un hospedaje barato pero prolijo, regenteado por un viejo con la camisa llena de manchas de mosquitos muertos. Música de cumbia a alto volumen sonaba hasta dentro del cuarto, pero no se trataba de una fiesta, sino de la campaña política de los dos candidatos a intendente que se disputan el municipio, ambos detrás de la candidatura del actual gobernador, Gildo Insfrán, y de Cristina Kirchner, para la presidencia.

La siguiente etapa fue corta, unos 70 kilómetros hasta llegar a la capital provincial. La ruta transcurrió por un paisaje similar al día anterior, un poco más seco y con menos vegetación y agua. Entramos a una ciudad apacible y que nos pareció poco movida (era feriado, hay que tener en cuenta) y cuando averiguamos donde quedaban los cámpings nos habíamos pasado varios kilómetros. Nos recomendaron un hospedaje barato, que resultó ser una mezcla de hotel de pasajeros y albergue transitorio. Cuando nos instalamos, descubrimos que la pieza tenía tal olor a humedad y mugre que tuvimos que dejar el ventilador prendido (truco al que apelaron los del hotel para hacer más disimulable el estado del cuarto) para disipar la hediondez.

La jornada siguiente, que nos llevaría hasta la frontera, fue de 120 kilómetros hasta llegar a Clorinda.. Por suerte, el clima acompañó. Como los últimos días, estaba algo fresco para lo habitual en la zona, nublado y con un persistente viento a favor que nos permitió mantener un buen promedio de velocidad. Como curiosidades podemos mencionar una estancia “chavista”, con las banderas venezolana y argentina en la tranquera, donde supusimos que se cría ganado para exportar a Venezuela. También pasamos por campos donde pastaban, en lugar de vacas, búfalos de la India, negros, voluminosos y de largos cuernos. Antes de lo esperado, cerca de las cuatro de la tarde, pasamos el último puesto de gendarmería y de la policía provincial y nos encontramos en la entrada de Clorinda. Una estación de servicio del ACA nos invitó a parar y tomar algo. Como estaba sin combustible, resultó un lugar perfecto para quedarse, a 4 km. de la ciudad, con un amplio parque para armar la carpa. Habíamos hecho 120 km., pero como era temprano, dimos una vuelta por la ciudad, lo que aumentó nuestro kilometraje del día a 136 km., nuestra etapa más larga hasta el momento.

Clorinda es una población de frontera con calles polvorientas y multitud de motos y bicicletas. Dimos una vuelta con nuestra bicicleta de cuatro metros, seguidos como de costumbre por las miradas, los gritos de los niños, los saludos y algún que otro comentario irónico, risa o silbido. Unos gendarmes nos indicaron como volver a la ruta por otro camino, mientras nos preguntaban sobre nuestro viaje. Nos advirtieron sobre lo peligroso del Paraguay, según su visión, y no fueron los únicos, a partir de aquellos pescadores que ya en Entre Ríos calificaron a los paraguayos como “chorizos”, el correntino Don Galarza que nos llenó de galletitas, los mismos Robinson y Petty que tuvieron que sortear obstáculos para entrar y salir de la denostada Triple Frontera (donde cuentan los yanquis que deambula el mismo Osama Bin Laden), y otros. Sin embargo, lo más preocupante para nosotros es la anunciada imprudencia de los conductores paraguayos.

Esa noche, antes de armar la carpa, se nos acercó a charlar un remisero del pueblo Laguna Blanca, a 60 km. al oeste de Clorinda. Nos dio bastantes indicaciones acerca de la ruta y nos aconsejó cambiar dinero en Clorinda en vez de sobre el puente fronterizo. En un Falcon que inexplicablemente andaba, Andrés fue con él hasta la casa de un cambista, antes de armar la carpa para pasar la última noche en la Argentina por largo tiempo.

La frontera paraguaya era tan caótica como la imaginábamos. Filas de camiones se formaban antes y después del miserable puente que atraviesa el Plicomayo. Multitud de cambistas se abalanzaban sobre nosotros, pero pudimos hacer los trámites migratorios con tranquildad y rapidez. Poco después ya estábamos rodando sobre Paraguay, por una ruta con banquinas asfaltadas, a veces en mal estado, pero que nos dejaron hacer los 30 kilómetros hasta la casa de Daniel Gugliotta, tío de nuestro amigo Jorge, con bastante comodidad. Algunos gritos incomprensibles en guaraní, algunos saludos, muchas casas campesinas con ganado y animales de corral, un paisaje parecido al del otro lado y, por fin, un gran puente sobre el río Paraguay. Lo subimos a la máxima velocidad que pudimos pero igualmente lentos para el tráfico que, contra todo lo que nos habían dicho, nos trató amablemente. Poco después, estábamos en la casa de Daniel, en las afueras de Asunción, donde nos recibieron con gran hospitalidad.

Asunción es una ciudad agradable, con un centro histórico jalonado por grandes monumentos. Entre ellos el Palacio del Mariscal López –actual palacio de gobierno–, construido por quien fuera presidente durante la Guerra de la Triple Alianza, un majestuoso edificio con fachada original hacia el río. También se destaca el Panteón de los Héroes, donde están los restos de los grandes jefes militares del Paraguay y un gran cajón que representa al soldado paraguayo, muertos por cientos de miles en las dos grandes guerras libradas por el país. Estuvimos un día entero recorriendo el centro de la capital, mirando sus monumentos y edificios históricos, vistando algunos museos modestos y la antigua estación del ferrocarril, donde se conserva una de las primeras locomotoras de América del Sur, que echó a rodar por el año 1861. El resto de la ciudad es de expansión bastante reciente, con grandes avenidas llenas de centros comerciales y tránsito algo caótico.

La siguiente etapa nos llevó hasta la frontera con Brasil y la Argentina, donde pudimos conocer el este del país. Pero ese es otro capítulo.

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Ver fotos de la llegada a Paraguay.
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Por Paraguay: “Vos sos bici, no sos camión”

Con esa expresión, unos chicos que vendían rosarios y se ganaban la vida cuidando los autos de los visitantes a la Basílica de Caacupé nos señalaron que podíamos ir de contramano con nuestra bicicleta. “Vos sos bici, no sos camión”, gritaron y eso también parecían significar los bocinazos de los camioneros cuando invadíamos la ruta para esquivar unos incómodos reductores de velocidad que ocupaban la banquina de punta a punta.

El trayecto por Paraguay fue corto pero intenso. El camino se reveló de una topografía difícil para nuestro vehículo cargado, con abundantes subidas y bajadas muy empinadas. El país, a pesar de eso, resultó muy agradable de andar. A diferencia de las provincias argentinas vecinas, hay gran densidad de población, con abundantes pueblos, generalmente pequeños, pero muy cercanos unos de otros. Y entre ellos, muchas casas de campesinos y terrenos cultivados o con pasturas para ganado. En cada casa que veíamos bordeando la ruta, también había alguna vaca pastando en los terrenos linderos a la carretera, atada con una soga. Chicos jugando al fútbol, caminando o simplemente descansando nos miraban pasar, con cara de asombro, hasta que empezaban los gritos en guaraní y, a veces, en castellano. Mientras subíamos las trabajosas cuestas, veíamos como salía la gente de estas casas del campo, a veces mirándonos de arriba de los terraplenes. Otras veces, nos saludaban o nos corrían para preguntarnos cosas desde las abundantes motos y motonetas. Hasta nos sacaron fotos con celulares.

Salimos de Asunción con un sol fuerte, que nos complicó una jornada plagada de subidas pesadas. Fuimos recorriendo las ciudades vecinas: Limpio, Luque, Areguá –donde rodamos bordeando abundantes puestos de venta de artesanía–, hasta llegar al famoso lago azul de Ypacaraí, al que accedimos por un camino de tierra y donde descansamos un rato. Cuando finalmente tomamos la ruta 2, la más importante del país, nos encontramos con un tráfico difícil y con bastante retraso sobre la meta del día. Casi de noche encontramos un cámping cerrado, pero por un precio que no fue tan módico como podría, el cuidador nos dejó dormir en un cuarto, sin que tuviéramos que armar la carpa.

Al día siguiente subimos la cuesta para llegar a la Basílica de Caacupé, la Luján de Paraguay. Con lluvia, empezamos a hacer una subida sobre la que nos habían advertido pero que, quizá por eso, no nos resulto tan difícil. Cuando llegamos a la imponente iglesia, nos atacaron los chicos vendedores. Escapamos, dando un rodeo, cuando una nena se subió a nuestro trailer. Pero fue en vano, del otro lado de la manzana, nos estaban esperando tres de ellos, que nos acompañaron el tiempo que tardamos en ir a ver la Basílica. Ese día continuamos hasta el pueblo de San José de los Arroyos, donde paramos en el modesto hotel del lugar.

A lo largo de la ruta conocimos gente que había vivido en la Argentina, generalmente buscando trabajo. Nuestro país se ve diferente desde esa perspectiva.

Después de haber hecho distancias no muy largas en las dos primeros días, volvimos a superar los cien kilómetros la jornada siguiente. Seguimos subiendo cuestas. En una de ellas, paramos a tomar algo en un pequeño almacén de pueblo, sentados con los paisanos mientras conversaban em guaraní. Toda la familia estaba ahí, desde el abuelo a los nietos, sentados, dejando pasar el tiempo, del que formamos parte por unos minutos.

Llegamos casi de noche a la localidad de Frutos, conocida como Campo 9. Un chico em bicicleta nos guió hasta el alojamiento del pueblo, que a las 20 hs. estaba casi totalmente dormido, con todos los negocios cerrados en las pocas cuadras que ocupaban.

En el último día por Paraguay tuvimos bastante trabajo para llegar a Caaguazú, una ciudad con bastante movimiento, antes de entrar al departamento de Alto Paraná, fronterizo con Brasil. Las casas con vacas pastando en sus frentes se multiplicaron, el paisaje rural se llenó de viviendas mejor establecidas pero también de carteles de la Federación Nacional Campesina, y los camiones se volvieron un poco más irrespetuosos. Las banquinas seguían cubiertas por los lomos de burro, pero la mayoría, por suerte para nosotrtos, tenían un corte al medio que permitía pasar a las motos, con las cuales compartíamos la ruta, una constante en este país.

Llegamos ya de noche a Colonia Yguazú, un pueblo que, inesperadamente, resultó tener una colonia japonesa. Preguntamos por curiosidad cuanto salía el alojamiento en el hotel del lugar, donde nos atendió un hombre japonés. Al ver que éramos viajeros, hizo una rebaja en el precio y nos quedamos. Tuvimos que descalzarnos para entrar, usando unas sandalias del lugar y nos sentimos en Oriente por una noche.

Estábamos ya a unos 40 kilómetros de la frontera. Pronto llegamos a la caótica Ciudad del Este. En el paso fronterizo, los vendedroes, cambistas y buhoneros varios rodearon la bicicleta, mientras preguntaban y, al mismo tiempo, se quejaban de las restricciones que el gobierno brasileño puso al paso de mercadería por la frontera. “Antes por acá no se podía caminar, ahora no dejan pasar más de 300 dólares”. Más adelante, en el Puente de la Amistad, un curioso cartel advertía que no se podía tirar mercadería al río.

Ya en Foz do Iguaçu nos quedamos en un camping y, al día siguiente, fuimos a ver las cataratas del lado del Brasil. Descansamos así un día para seguir nuestro viaje por el tercer país de nuestro recorrido.

Ver fotos del tramo Asunción – Ciudad del Este.
Ver fotos de la llegada a Brasil y la visita al Parque Nacional Iguaçu

el trayecto corrientes - foz de iguazú


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